Diario de a bordo: Embarcamos.
El vuelo de Madrid a Venecia, salió con un poco de retraso así que cuando llegamos al barco, eran las 20:00 horas y teníamos hambre. En el autobús, nos dimos cuenta que gran parte del vuelo iba al crucero. Más aún, había un predominio claro de parejas de edad, sin hijos.
Al entrar nos iban repartiendo un plano del barco y un zumo que nos supo a gloria. No me imaginaba los espacios tan grandes dentro de aquella enorme plataforma móvil.
El capitán, un madurito bien conservado y con acento italiano, nos recibió en la cubierta 5 y nos presentó a su tripulación. No sé en qué estaría pensando cuando acepté, e incluso animé a Cayetana a hacer este crucero. Por la sonrisa bobalicona de su cara, estaba claro que…
- ¡Le ponen los uniformes!
- ¿Cómo iba a preservar la honra de mi “cuñao”? En un ambiente como aquél, de relajación y rodeada por aquella tripulación tan bien… equipada!!!
Finalizada la bienvenida, teníamos que etiquetar las maletas para que las llevaran a la habitación. Pasado el efecto del zumo a Cayetana le volvió el hambre y como no encontraba las etiquetas se puso ¿Cómo diría yo? Un poco borde, arisca, vamos, que dejaba asomar la fiera que lleva dentro.
Yo intentaba disimular el efecto que producían sus gestos bruscos y su tono de voz despótica y, miraba alrededor sonriendo para quitarle importancia. Pero ya nos habíamos convertido en el centro de atención tanto de los viajeros como de los chicos de recepción. Uno de éstos, muy amable, se acercó a ofrecernos ayuda.
- Lo siento, es que tiene una bajada de azúcar. Le dije al chico
- Señoras, por favor, no se preocupen por las etiquetas, ya me encargo yo después. Les acompaño a la cubierta 6, al buffet Grand Garden. Nos dijo con un marcado acento italiano.
La fiera, levantó la cara de la mochila y, su rostro enfadado se cambió por una cara de éxtasis mientras le decía.
- Muchas gracias.
De camino al comedor, mientras se presentaba, yo seguía dándole vueltas a aquél: “Señoras”. Fue como una bofetada. Yo me sentía una joven con muchas ganas de disfrutar y aquella expresión era como si quisiera recordarme que la cubierta de mi cuerpo, no acompañaba a mi espíritu aventurero.
Al llegar al buffet, ya había mucha gente cenando así que ocupamos una mesa con vistas a Venecia, de la que sólo veíamos las luces y nos dispusimos a cenar.
- De Filippo, me gusta hasta el nombre. Me dice Cayetana.
- Tienes que llevar algo de comer siempre encima. Hoy no la has montado porque el chico ha estado muy rápido. Estos cambios de humor tuyos, son problemáticos.
No sé si era el hambre que llevábamos o que todo estaba muy bien presentado en las fuentes, pero nos pusimos tibias: pasta, ensaladas, ..
- No creo que sea una buena idea cenar tanto. Si no conseguimos dormir y nos mareamos, vamos a dejar el camarote apestado para el resto de la semana. Le dije a mi twin.
- Tú tómate la pastilla y ya verás cómo ni te enteras. Me contesta.
La excitación del viaje fulminó de forma eficaz a mi hermana que, nada más llegar al camarote, cayó profundamente dormida. Yo, me dispuse a leer un rato para coger el sueño. No había pasado un minuto cuando Cayetana empezó a roncar. ¡Horror! Se me habían olvidado los tapones.
Desde el mundo nebuloso del sueño una voz, al principio difusa pero que se iba aclarando, me despertó. Encendí la luz y me llevé un susto tremendo. Allí estaba mi twin, de pie, junto a mi cama, con una mirada como perdida, extraña…
- Tienes que irte ahora mismo o se lo digo a papá.
- ¿Pero qué dices Cayetana?
- ¡Que te vayas!, insistía ella, con la mirada amenazante del ama de llaves de Rebeca.
Aunque de vez en cuando habla en sueños, yo aún no había sido testigo de uno de los famosos episodios que, como buena sonámbula, protagonizaba mi twin. Sabía que no debía despertarla bruscamente, así que, le dije con la dulzura que me caracteriza:
- Me voy ahora mismo, si te metes en la cama.
Ella seguía allí quieta, con los pelos alborotados y esa mirada que acongojaría al más pintado, por lo que ya empezaba a plantearme salir como fuera de la habitación cuando, empezó a moverse a cámara lenta en dirección a su cama. Se sentó en el borde mirando a la falsa ventana como si fuera capaz de ver a través del acero de barco.
Aproveché que me daba la espalda para ir al servicio. Quizás ella pensara que había salido de la habitación, cumpliendo su requerimiento. Ya en baño, no conseguí relajarme. No se oía ningún ruido fuera así que, cómo no, me puse en lo peor: ¿Habrá salido con esas pintas del camarote? ¡¡¡Noooooooo!!!! Salí, con las bragas a medio subir y, - ¡Uff!-, allí estaba, seguía sentada en el borde de la cama, con la mirada perdida. Me acerqué y le dije:
- Cayetana, dice papá que te tumbes a dormir.
Oye, mano de santo. Se tumbó y cerró los ojos. En un minuto, volví a escuchar sus ahora reconfortantes resoplidos. La que no pudo dormir en toda la noche fui yo. ¿Y si se le ocurría salir del camarote? ¿Y si subía a la cubierta? ¿Y si….? Yo velaría toda la noche por mi twin, pero, eso sí, tenía claro, que no iba a dejarle atiborrarse en la cena ni un día más. ¡De eso, nada!