El milagro de las palabras.
Vivimos y morimos por la palabra y, muchas veces ni siquiera es nuestra palabra sino la de otros, la que nos impulsa a combatir. Las guerras son discusiones dialécticas que acaban en el pozo de la intransigencia. Y es que a hablar aprendemos pronto, pero tardamos mucho en aprender a escuchar, como bien apreció el escritor y periodista Ernest Hemingway.
No hay nada más cercano, ni más poderoso que las palabras. Están ahí desde nuestros orígenes, desde que tenemos conciencia de nuestro ser. Nos rodean, están en todas partes. Cada cosa, cada acción, cada sentir, coquetea con una o varias palabras.
Las palabras están presentes en todos los momentos de nuestro vida, manifestándose o en estado latente, reservadas, circulando por los recovecos de nuestras mentes, secuestradas en las bocas de los inseguros, de los desconfiados y los timoratos.
En su versión hablada o escrita, es la herramienta de trabajo con la que se desenvuelven los políticos, los abogados, los periodistas, los escritores, pero también los comerciales, los funcionarios, los maestros, los cómicos...Todos de alguna u otra forma necesitamos de la palabra.
Hay quien vive por las palabras y se agarra a ellas como un náufrago al bote salvavidas. Algunos sujetos cortoplacistas viven de ellas, son los charlatanes que engatusan con palabras vacías. Pero también hay individuos que abusan de ellas maltratándolas.
“No hay razonamiento que, aunque sea bueno, siendo largo lo parezca”
(Miguel de Cervantes)
Hay personas que viven en la palabra y la hacen suya con sus obras. Pero también hay seres que aman la palabra, los que la conquistan para nosotros, sus lectores. Estos son los que llegan a ser inmortales a través de su obra.
No hay nada que nos iguale tanto como la palabra. La lengua verbal o escrita, es el vehículo de sentimientos, sensaciones, el canal por el que viaja nuestra pasión junto con la sensiblería, la compasión, la ternura o el afecto, pero también donde se instalan el dolor, la tristeza o la nostalgia y donde se atrincheran la ambición, el egoísmo, el odio y el resentimiento.
La voz airosa flirtea con el silencio, su contrario y fiel compañero. Se huyen pero se buscan y se refuerzan. El silencio le da entidad a la palabra. La palabra interrumpe al silencio para demandar su atención. También el silencio puede hacer daño.
"La palabra más soez y la carta más grosera son mejores, más educadas que el silencio"
El dominio de la palabra es un arte. Los escritores, al igual que los pintores tienen el talento de retratar la realidad y los sueños con pinceladas apoyándose, unos más que otros, en la investigación, el conocimiento, la luz. Hay autores, que con sus palabras nos llevan a un mundo de ficción. Algunos tienen el talento de juntar con sutileza las palabras y crear el contexto para que cada uno de sus lectores viaje a su mundo de sensaciones, de sueños, un impresionismo de sensibilidad que se percibe de forma única e irrepetible, la poesía. Pero en la palabra existe también el oscurantismo al que nos lleva la deliberada vaguedad de algunos maestros del engaño.
"No hay nada tan increíble que la oratoria no pueda volverlo aceptable"
Tenemos el derecho a la palabra y el deber de ser prudentes y, sobretodo, coherentes. La voz debe acompañarse de gestos y acciones que estén en consonancia con lo que se dice. Hay verdaderos actores sobre todo en los órdenes públicos, en la política, que predican con la mentira.
“Sea esta la regla de nuestra vida: decir lo que sentimos, sentir lo que decimos. En suma, que la palabra vaya de acuerdo con los hechos”
(Séneca)
Debemos asumir la responsabilidad sobre nuestra voz. Las palabras circulan constantemente por nuestras almas dibujando el paisaje, inconscientes de su fuerza, de sus consecuencias. Por este motivo hemos de ser juiciosos. Las palabras pueden ser tiernas y acariciar, pero también pueden herir como la más cruel de las armas.
“Las palabras son ráfagas de viento, pero al propagarse lo mismo pueden producir frutos que daños y ruina.”
(Chuang-Tzu)