Nos vamos a la ciudad: 15 de diciembre 2012

28.02.2013 17:46

 

Habíamos dado una vuelta por el mercado de Serekunda. Cayetana había sacado todas las fotos que quiso, algunas de ellas con engaño. Engañaba no sólo a los aborígenes, sino también a mí. Miraba la cámara como si estuviera rota o sin batería y, lo hacía de forma tan convincente, que si había alguno con ganas de pedir, se le quitaban.

Antes de volver al hotel, teníamos que cambiar algunos euros por dalasis, así que entramos en una oficina de Exchange. Al entrar vimos una fila de africanos esperando, pero había varias ventanillas y, por si acaso, preguntamos al que iba vestido de seguridad, que estaba en la puerta. El señor, nos acompañó a una ventanilla libre y nos dijo que esperáramos sentadas en dos butacas que había al lado, una de ellas ocupada por una señora, que parecía que nos iba a ceder el sitio.

-        No thanks a lot. I don´t feel to sit down, Abaraka.

-        Me siento fatal, hemos llegado las últimas y, no sólo nos cuelan, sino que encima, quería levantar a esta señora. Apuntó mi Cayetana

En la oficina también hacía calor, así que saqué el abanico y me senté junto a la aborigen. Mientras la chica que estaba dentro terminaba de rellenar papeles, entró una muchacha con una niña mulata en brazos y se acercó a nuestra ventanilla a preguntar. El policía le dijo que se quitara que nos tocaba a nosotras. El trato preferente nos parecía mal, por lo que las dos le dijimos que pasara primero ella.

La niña no dejaba de moverse en los brazos de la madre, que tenía sacar papeles y firmar. Mientras, nosotras, le hacíamos gestos, para distraerla y, sin darnos cuenta, la madre se acercó y nos la dejó para terminar las gestiones libre. ¡Qué mona!

Cayetana colecciona monedas y como en la casa de cambio no tenían, preguntamos dónde conseguirlas y nos remitieron a la gasolinera.  Atravesamos la carretera, con un calor de justicia y vimos a un chico que vendía cacahuetes. Le compramos y conseguimos las monedas para mi twin, eso sí, compramos cacahuetes sin tostar, incomibles. Era la hora de volver al hotel y estábamos cansadas, así que decidimos tomar un taxi.

Mi instructora en el viaje me explicó que hay diferentes tipos de taxis:

Los locales, de color amarillo, que no pueden acceder a las zonas turísticas y que los comparten los que van en la misma ruta y, los turísticos, de color verde, mucho más caros ¡porque son para sacarle las perras a los extranjeros!

Así, que empezó la negociación:

El primer taxi disponible era verde (turístico), así que lo descartó. El segundo, ya tenía gente dentro, así que optó por dirigirse al tercero:

-        How much to go to  Kombo Beach Hotel?

-        200 dalasis, nos dijo tras vernos paliduchas.

-        ¡Ni de coña! ¡Eso es lo que gana en un mes!

Mi Helen, poniendo cara de ¡esto es un disparate! ¿Es que nos ve cara de idiotas? , dijo:

-        No thanks

El taxista intentó reaccionar para negociar el precio, pero Elena no perdona. ¡El que la hace la paga! Te has querido pasar con nosotras, pues te pierdes la carrera… Estaba realmente indignada:

-        Nos tienen que cobrar 20 dalasis, y van que chutan. ¡Tendrá morro! ¡Que no! Le decía sin volverse al taxista que avanzaba intentando convencernos.

-        No, abaraka!

Volvimos a acercarnos a otro taxi, pero no mejoró la negociación. Yo ya empezaba a notar los efectos de la insolación. No nos quedaban reservas de agua y era el momento de más calor, las 14:00. Por si esto fuera poco, Morton estaba machacándome el pie.

-        Al próximo no le preguntes, para saltarnos la negociación, le dije, dile directamente lo que estás dispuesta a pagar. Si esto va a durar mucho nos vamos a deshidratar.

Así lo hizo. Le dijo a un taxista, que si nos llevaba a Kombo Beach por 20 dalasis y fue éste el que se indignó, pero finalmente llegaron a un acuerdo por 50 dalasis (¡¡un eruro y pico!!)

Habíamos superado el paseo, pero el taxi nos dejaba antes del hotel y tendríamos que pasar por el puesto de Bob Marley, el bumster. Con un poco de suerte no estaría.

-        ¡Hello Elena!, oímos nada más bajarnos.

El jodío se acordaba del nombre de mi hermana y lo utilizaba como gancho. Imposible huir.

-        Paella a la derecha y se acerca peligrosamente.

-        Vamos a ver qué excursiones nos ofrecen, que seguro que son mejores que las del hotel.- I can´t belive it!- , pensé.

Yo no estaba para negociar, así que me senté, levanté el pie que ya pedía reposo y observé el chiringuito, mientras la experta en Gambia era informada de las posibles excursiones que nos ofrecían.

El captador se llamaba Ibrahim (Ibra), la verdad es que podría enseñar mucho a los vendedores europeos. Eso sí, al mirar los pelos estilo Bob Marley, se me venía a la cabeza el refrán:

“A cabellos enredados, piojos por descontado”, y me empecé a rascar instintivamente.