Nunca Más
25 de noviembre:
Dentro de la agenda había un elemento extraordinario, una cita para una prueba médica en el centro de Madrid, que le impediría a María asistir a sus clases de yoga y natación.
Hacía ya más de un mes que había recibido una carta en la que la Consejería de Salud de la Comunidad de Madrid, que al parecer, tiene acceso a información confidencial – su edad-, le ofrecía la posibilidad de participar en un programa para la detección precoz del cáncer de mama. La convocaban para la realización de una mamografía el día 25 de noviembre a las 9:27.
- Deben ser muy puntuales – pensó al ver aquél detalle.
Como tenía tiempo se informó en la web:
La mamografía o mastografía consiste en una exploración diagnóstica de imagen por rayos X de la glándula mamaria, mediante aparatos denominados mamógrafos.
Esta prueba aumenta la posibilidad de detección de pequeños crecimientos de tejidos anormales restringidos a los conductos lácteos en las mamas, llamados carcinoma ductal in situ. Estos tumores en etapa temprana no pueden dañar a las pacientes si se eliminan en esta fase. También es útil para detectar todos los tipos de cáncer de mamas, incluso el cáncer ductal invasivo y el lobular invasivo.
Era evidente que era una oportunidad, pero no tenía tan claro que fuera su oportunidad. Quizás se veía más participando en un programa de investigación sobre los beneficios de la risa o, en un grupo experimental sobre la influencia del masaje en la activación de la circulación de la sangre, e incluso en una terapia para parejas “raritas”. En fin, con ánimo de que le constara a la Consejería su buena disposición, participaría en ese programa.
A las 8:30 salió de su casa, con tiempo suficiente para ir sin estrés al Hospital Quirón en la C/Cartagena, 111. Hacía un frío que calaba a los huesos. Cuando llegó a la parada, el 115 acaba de salir, pero estaba claro que era su día, porque no le dio tiempo a sentarse cuando apareció otro autobús. Saludó al conductor que le sonrió amablemente.
- ¿Habría algo distinto en su apariencia? ¡Yo era una de las elegidas! –pensó.
Cuando llegó descubrió que eras muchas las invitadas al programa y no todas tenían la misma actitud. Ella estaba relajada. Llevaba su libro electrónico con vistas a acortar la espera, pero el ambiente en la sala de espera se crispaba por minutos. El libro que estaba leyendo “Pídeme lo que quieras” de Megan Maxwell, seudónimo de una escritora española de novela romántica que en esta obra hace una clara incursión en la novela erótica.
Estaba totalmente entregada a la lectura cuando a las 10:15 una chica entró en la sala y dijo su nombre.
- ¿María García?
Se incorporó
- Sígame, por favor - María la acompañó hasta una nueva sala - Pase aquí, desnúdese de cintura para arriba y sale.
“Esta chica tiene tono dominante, concatena todo en imperativo. ¿Es que ya nadie utiliza las fórmulas de cortesía? ¡Señorita que he venido voluntaria al programa! “- pensó.
Afortunadamente tienen calefacción. Salió del baño en pelotas y, se encontró de frente con un chico joven, el médico, detrás de un cristal frente a una pantalla de ordenador y pensó:
“¿Estará preparado este muchacho para presenciar este espectáculo? Oiga joven, hoy es su día de suerte. Este destape es por una buena causa, que si no… “
La enfermera, mientras tanto, dirige sus movimientos:
- Póngase de este lado. Agárrese aquí. Coloque el pecho aquí encima – viendo que María se pone nerviosa continúa - Tranquila, espere.
De buenas a primeras, la enfermera le coge el pecho como si fuera un filete y lo coloca en una especie de plancha que hace bocadillo con un cristal trasparente. Cuando por fin, está satisfecha con la posición de su dominga da a un botoncito y se realiza una presión de 100.000 atmósferas.
- Ayyyyyyyyyyy….mi madre! - se lamenta.
- Sólo será un momento, no se mueva – se oye al doctor detrás de la pantalla.
“¡Será hijo de un fraile! ¡Que no me mueva, si me tiene la teta prensada! – pensó - ¿Cómo que no me mueva? ¡Tú lo que eres es un c****!”
- Ya está.
- ¡Ay Señor, llévame pronto!
- Ahora la otra.
De no haberse documentado en internet previamente, al doctor le iban a dar mucho por donde amarga el pepino porque lo que era ella, no iba a prestar su otra teta para tamaño experimento.
- ¿Pero es que no tienen piedad? ¡Si aún no me he recuperado!
- No tenemos toda la mañana – vuelve a intervenir el doctor.
“¡Qué falta de sensibilidad! A este tío le va el sado“ – piensa - y, mientras tanto, la enfermera trata de reubicar la dominga izquierda, que ahora, conocedora del suplicio, parece haber cobrado vida e inconscientemente, se niega a entrar en la cámara de tortura.
- Ahí vamos - dice la enfermera al pulsar el botón.
- No respire- añade el doctor.
- ¡Por Dios! Que detengan al desgraciado que inventó esta máquina. ¡Que le condenen a cadena perpetua junto con el inventor del abre-fácil!
- Ya queda menos – se compadece la empática enfermera, aunque por su aspecto juvenil, aún no ha sido agraciada con este programa.
- Ahora las laterales – dice el doctor escudado tras el cristal.
Aquí se refugió en su vena Shakesperiana: “¡Sí, soy mujer! Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos envenenáis, ¿no morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos? “
“Pero a todo cerdo le llega su San Martín” – piensa mientras se regodea imaginándoselo con los testículos atrapados en aquella máquina infernal, mientras le hacen una colonoscopia.
Cuando por fin, se oyen las palabras liberadoras:
- Ya puede vestirse – me dice la enfermera.
- Nunca más – se le escapa con gran determinación.
Sus tetas están aún resentidas pero hay algo más, siente la tara psicológica que acompaña al dolor, la falta de sensibilidad, la ausencia de empatía del doctorcito.
En el camino de vuelta, descubre que necesita un plus de felicidad, para compensar tanto maltrato, así que entra en una cafetería y se pide un café con una deliciosa napolitana de chocolate, que devora mientras escribe en su agenda:
Propuesta para el programa electoral de un partido de pro: Utilizar esta máquina como arma de guerra y desviar fondos destinados al ejército, para el desarrollo de una máquina que consiga los mismos resultados sin torturar las domingas y, si siguiera vivo el inventor del mamógrafo, ponerlo en busca y captura.
A continuación, redacta la siguiente recomendación para aquellas mujeres que tengan pendiente asistir a una de estas pruebas.
La semana previa a la prueba realícense los siguientes ejercicios:
Primer ejercicio:
Abre el congelador y coloca una teta en el marco de la puerta. Ciérrela sobre ella y aprieta con fuerza. Apoyando tu cuerpo sobre la puerta conseguirás hacer más presión. Si no es suficientemente molesto pide a tu familia que te ayuden.
Segundo ejercicio:
Ve a tu garaje de madrugada, que es cuando la temperatura del suelo de cemento es más fría. Desnúdate y túmbate cómodamente en el suelo, colocando un pecho bajo la rueda trasera del coche. Pídele a una amiga o a un familiar que mueva lentamente el coche hacia atrás, hasta que tu teta esté completamente aplastada bajo la rueda. Aguanta, sin respirar, 10 segundos. Ahora la otra teta. Repite este ejercicio cada día.
Tercer ejercicio:
Dile al portero que te avise cuando se estropee el sensor del ascensor y le pides que coloque el cartel de averiado, pero que no avise hasta el día siguiente a la empresa de reparaciones. Colócate de medio lado ayudándote con las manos a dirigir tu teta desafiando la puerta automática. Espera a que se cierre presionando lateralmente.
Importante: Asegúrate de llegar al botón de apertura manual. Una de mis amigas no lo tuvo en cuenta y la duración de la prueba se prolongó hasta la aparición, al día siguiente, del servicio técnico.
¡AHORA YA ESTÁS PREPARADA!... y cuando muestres el resultado de la mamografía a tu ginecólogo, pídele a ese hijo de **** que se haga una HUEV-OGRAFIA con las instrucciones antes indicadas.