Paseando a Miss Cayetana CAP 2
Día 10 de mayo
Habíamos llegado al transfer a Singapur a tiempo, la fortuna volvía a sonreírnos. Ahora estaba el riesgo la recogida en Denpasar. Tendríamos que contactar nuevamente con la agencia para decir que finalmente habíamos llegado a nuestro vuelo y, no sin pocos nervios, Cayetana dejó el mensaje más largo que jamás habrá recibido ninguna agencia, facilitando información, a todas luces irrelevante. ¡Qué inconsciente! El servicio de roaming le pasaría factura más adelante.
Nos habían asignado asientos centrales junto al que desde el primer momento llamaríamos Agustín, por su parecido al marido de la tía Tere. Un cruce de Kojak y Pepe Viyuela – Filemón- ni un pelo de tonto, una calva muy trabajada que brillaba con destellos y con gafas.
Cayetana pensaba que como el vuelo a Tailandia, iría medio lleno y podríamos tumbarnos para descansar, pero nada más entrar se dio cuenta que el vuelo estaba completo y que nos esperaban 13 horas sentadas en un espacio mínimo y en unas condiciones, no aptas para nuestro nivel de refinamiento. Cada poco tiempo pasaban las simpáticas azafatas ofreciendo algo de beber o comer, lo que me hacía sentir estabulada, como una pobre vaca lechera o una gallina ponedera.
Sin embargo, el vino y el Baileys de después de cenar, mantuvieron viva la euforia de Cayetana:
- ¡Que nos vamos Mar, que nos vamos! – repetía a cada instante- ¿Te imaginas si no llegamos a coger el vuelo? Ahora tendremos que reclamar cuando lleguemos nuestra maleta, pero, no perdemos ni un solo día. Menos mal que me hiciste caso y metiste ropa en mi maleta de mano…
El presente, yo vivo cada momento y aquel, empezaba a ponerse insoportable, pero trataría de aprovecharlo lo mejor posible. No tenía sueño así que decidí ver una película y ¿cuál pensáis que vi? Soy una romántica empedernida así que, por enésima vez opté por “The bridges of Madison County”, de mi adorado Clint Eastwood y la fabulosa Meryl Streep.
Mientras oía los ronquidos de mis compañeros de vuelo, yo lloraba con aquella interminable despedida bajo la lluvia. Aquella primera decisión trajo aparejado dolor de cabeza y los ojos rojos e hinchados a juego con mis piernas, por más que de vez en cuando trataba de moverlas.
Las azafatas pasaban a cada rato, para ofrecernos a los sonámbulos algo de beber, pero yo lo único que quería era conseguir descansar un poco y, en aquellas circunstancias, me resultaba imposible así que decidí aplicar el arte de la relajación. Pondría en práctica las técnicas de yoga.
Estaba concentrada en mi respiración, cuando oí una pedorreta en la parte trasera de mi asiento, un ruido parecido al que hace un bote de kétchup cuando se está acabando y … ¡No había hamburguesas de por medio!
- ¡Sálvese quien pueda! –pensé mientras envidiaba a Cayetana, perfectamente ajena y profundamente dormida – ¡Preparada para la contaminación tóxica! ¡Al menos podría levantarse y repartir un poco la intensidad de la agresión! Este supuesto debería contemplarse como despresurización y dar opción a mascarilla…
Me agaché a ponerme las zapatillas, -que me había quitado antes del despegue para que no se me hincharan los pies- y, cuando me incorporé el olor era nauseabundo. Me levanté con la intención de asesinar con la mirada al pasajero del asiento anterior al mío, pero éste, se hizo el dormido y, hasta consiguió hacerme dudar.
- Ay Señor ¿Me estás poniendo a prueba? Si es así, ¡me rindo!
Pulse el botón para llamar a la azafata y al llegar a nuestra altura ésta, se llevó la mano a la nariz y yo le acompañé en el gesto. Al momento volvió con un ambientador que camuflaba parcialmente el hedor pero que si se metía por los ojos y picaba.
Cayetana, notó el frescor y abrió los ojos para soltar un:
- ¡Qué asssssscooo!
Y es que esta palabra en su boca, cobra vida y se multiplica. Se hace merecedora de su sentido más repugnante y contagia la náusea.
Mientras Cayetana se quejaba del ambiente pestilente de autoría desconocida, observé como nuestro Agustín se estaba inclinando hacia el hombro de mi hermana y me temí lo peor. La cosa no pasó a mayores, porque mi Caye, siguió mi mirada y se pispó de la escena. Se giró, invadiendo mi espacio y, comenzó a hacer ruido con la lengua en el paladar, el que se hace al que ronca y para espantar chuchos. Agustín se despertó y corrigió la postura. ¡Uff!
Estábamos llegando a Singapur, pero antes nos ofrecieron una cena:
- ¡Come, come, que vete tú a saber cuándo volvemos a comer en condiciones! – me decía Cayetana siendo a estas alturas del viaje, inconsciente del alcance de aquella consigna.
Yo que estaba agotada, lo único que quería es poder estirarme para dormir. Antes de que pasaran cogió mi botella de vino, que estaba sin empezar y la metió en su mochila.
En Singapur teníamos que bajarnos todos, también los que seguíamos a Denpasar, porque cambiaba la tripulación. Sólo teníamos tiempo de ir al servicio y volver a pasar los controles de entrada. Yo llevaba una botellita de agua y me la bebí antes de pasar la mochila por el escáner, pero cuando Cayetana pasó, el guardia le dijo que tenía líquido en la bolsa y que debía dejarlo en tierra. ¡Oh, no! ¡Habían detectado la botellita de vino! Ella era consciente de que llevaba el vino, pero se estaba haciendo la tonta a ver si se lo dejaban pasar. De nuevo en el avión, comprobó que si lo hubiera dejado en el revistero, del asiento anterior, no se lo habrían quitado, porque aún estaba su botella de agua.
Habíamos perdido casi 20 kilos en el vuelo a Singapur. ¿A que suena bien? Comiendo todo el rato y sin poder movernos - ¡esto es un régimen! No, Me refiero a que la maleta facturada se había quedado en Ámsterdam por lo que nada más llegar teníamos que buscar la oficina de “claims”. Por otro lado, en Amsterdam no llegamos a hablar con la agencia ¿Habrían escuchado el mensaje de Cayetana? En caso contrario, no habría nadie para recogernos en Denpasar y el hotel estaba a media hora, más o menos. La tensión volvió a anidar en nuestros ánimos.
Antes de presentarnos en la oficina de atención al cliente, me aleccionó:
- Ponte seria y dile que es una faena y que al menos nos dan una bolsa de aseo.
Yo explicaba la situación a la chica en mi inglés aristocrático y Cayetana por detrás repetía:
- No toilet bag – mientras hacía gestos como que se cepillaba los dientes.
Total que la chica estaba totalmente confundida. Nos pidió los pasaportes y la dirección del hotel para redactar la reclamación y cuando se levantó y se dirigía a otra habitación, Cayetana se puso totalmente rígida y haciendo aspavientos dijo:
- ¡Nooooo, the Passport, noooo!
La tranquilicé, le dije que sólo quería fotocopiarlos.
- Aaahhh! Passport very important. We need it.
Aún nos quedaba abonar el visado de entrada (25$) y pasar el control de inmigración. ¡Qué cola madre! Este tiempo lo invertimos en catalogar, los raros especímenes de todas nacionalidades que nos rodeaban.
Llegaba la hora de la verdad. A la salida, una larga fila de oriundos mostraba sus carteles con, nombres de hoteles, agencias, personas….Teníamos que buscar a nuestro contacto. Decidimos optimizar nuestra búsqueda, una comenzó a leer los carteles por un extremo y la otra por el otro. Fui yo quien encontró nuestro cartel: Sra. Elena Herrero y Sra. María Herrero. Me dirigí a su portador naturalmente en inglés, sin embargo, Rico, que se presentó como nuestro guía en Bali, me contestaba en castellano. Bastaron unos minutos para demostrarnos su buen nivel en nuestra lengua.
Nos dirigimos al parking y una furgoneta toyota de color plateado nos esperaba, junto con nuestro conductor para los siguientes 5 días, Karek.
Era ya de noche y, hacía calor, pero sobre todo, había mucha humedad en el ambiente. Quedamos que comenzaríamos por una excursión de mediodía, para poder descansar. Nos dejaron en la recepción del hotel, Ramada Benoa, donde Cayetana no dudó en intimar con la chica de recepción:
- We are sisters, but we want two beds. It´s posible? – decía mientras desplegaba su spanglish acompañado de la mejor de sus sonrisas y dejaba claro que no éramos pareja de hecho.
En recepción se ofreció un chico a llevarnos la maleta a la habitación, pero Cayetana decía que no, porque no habíamos cambiado y no llevábamos rupias. El chico insistió tanto que finalmente nos acompañó y, cuando se ofreció a mostrarnos las facilities de la habitación, se despidió:
- Thank you. Good night, very tired. Thank you – y cerró la puerta.
Evaluamos rápidamente la habitación y aprobamos su nivel (*****), sobre todo porque el aire estaba puesto constantemente, si no no podríamos dormir.
- ¿Vamos a dar una vuelta? - propuso.
- Esta oscuro y no se ve nada. Además yo estoy muerta. Me voy a dar una ducha y me meto en la cama ahora mismo.
Entonces, descubrió la caja fuerte y su cara cambió:
- Dame el pasaporte, la cámara, el dinero….
Cuando salí de la ducha aún andaba trajinando, pero enseguida dijo:
- Ahora me ha dado el bajón. Si, mejor descansamos y mañana, con luz, vamos a dar una vuelta por los alrededores del hotel.