Paseando a Miss Cayetana CAP 3

01.06.2014 08:44

Día 11 de mayo

Fue una noche extraña, pero recuperé algo del sueño atrasado. Dejamos un poco abierta la cortina que daba a la terraza y, la luz me había despertado varias veces, pero tras comprobar la hora me volvía a dormir. La hora del desayuno, la que sería nuestra única comida a partir de ahora, terminaba a las 10:30 y yo, una superviviente avezada, no iba a dejar que se nos pasara.

Antes de que sonara la alarma, que había programado Cayetana para las 9:30, la desperté y, enseguida me di cuenta, que todos los esfuerzos que había hecho por alisarse el pelo, habían sido en vano. Su melena a lo garçon, se había expandido y encrespado con la humedad - ¡Qué desastre! –Afortunadamente, llevaría una gorra con visera que ocultaría, al menos temporalmente, la ruina de su pelambre.

A las 10 nos dirigimos al restaurante que estaba bajo el lobby. Era un gran espacio abierto rodeado de exuberante vegetación perfectamente cuidada. Para combatir el calor agobiante, en el techo había grandes ventiladores.

-        Good morning!- se acercó un camarero.

-        Good morning! How do you say good morning? - preguntó Cayetana deseosa de realizar una inmersión en la lengua indígena.

-        Good morning!

-        Nooooo! I mean in your language – insistió acompañando con sus teatrales caras.

-        Oh! “Salamat paguí”

-        Salamat paguí! – repitió Cayetana - Thank you!

-        Matur Saksamá – contestó el chico pensando que quería seguir aprendiendo.

-        Ehh?

Una tortilla con vegetales, un par de tostadas con mantequilla y mermelada, un zumo de naranja y un café llevaba cuando decidí poner fin al desayuno. Sin embargo, Cayetana me dijo:

-        No has comido fruta y hay una bollería muy rica. Aprovecha que “a saber cuándo volvemos a comer algo en condiciones”

Esta frase, se convirtió en la consigna de nuestro viaje, un viaje austero, lleno de pequeños anhelos. Eran las reminiscencias que la posguerra que habían hecho mella en mi twin.        

Cuando por fin, Cayetana paro de engullir, como jamás la había visto y, tras subir a lavarnos los dientes, atravesamos el lobby, donde estrenamos nuestro nuevo vocabulario de inmersión lingüística con todos los empleados con los que nos encontrábamos. Íbamos a cruzar la carretera, cuando un empleado del hotel, haciendo gestos, se atravesó para parar el tráfico.

El restaurante y la piscina que había al otro lado de la carretera, pertenecían también a nuestro hotel, pero sólo las atravesamos para llegar hasta la playa que estaba llena de actividad.

En el cielo paracaídas arrastrados por lanchas, en la playa los monitores y  los que dirigían la maniobra de descenso. También había colchonetas que eran propulsadas y que hacían volar como cometas, motos acuáticas…Definitivamente aquella no era una playa para tomar el sol. Hacía un sol de justicia y combinado con la humedad se potenciaba la sensación de calor sofocante. Anduvimos por la playa rechazando las propuestas de los emprendedores que cada poco y cada nada nos ofrecían un viaje en paracaídas, una visita a la “Nusa Perdida”, la isla de las tortugas, o una excursión al arrecife para hacer snorkel.

-        No te pares, que no avanzamos – me decía Cayetana y al momento, se paraba a dar explicaciones de que veníamos de España y, que quedara claro que somos hermanas.

Cuando ya el calor no era soportable, optamos por atravesar otro hotel de los que dan a la playa en busca de la carretera por la que habíamos entrado el día anterior y en la que habíamos visto tiendas y carteles de cambio de moneda.

Estábamos informadas de que el cambio en establecimientos no oficiales, estaba marcado por el signo de  la trampa y, alertadas por Rico, nuestro guía, de que los billetes de 50.000 y los de 5.000, eran muy parecidos y solían confundirse.  Cuando vimos el cartel en el que mejor cambio ofrecían y pasamos a un mostrador rudimentario siguiendo al posible embaucador, teníamos todos los sentidos puestos en la operación, sobretodo Cayetana.

Enseñé mis 100 euros y nos mostró en la calculadora lo que nos tenía que dar: 1.600.000 rupias. Confirmamos con un movimiento de cabeza y una sonrisa. Metió lo brazos detrás del mostrador, no dejándonos ver lo que hacía. Aparentemente contaba. Sacó un fajo de billetes y los contó delante de nosotras. Eran todos del mismo importe, 50.000. Nuestra primera comprobación sería que no hubiera colado alguno de 5.000. Después comprobamos que el número de billetes, 32.

Una vez comprobado por Miss Cayetana, el señor le volvió a coger el fardo de billetes y volvió a contarlos delante de nosotras.

-         ¡Eh! ¡Nada de eso! ¡Una vez que yo los cuente, él no los vuelve a tocar!

Efectivamente era un trilero, un mago, un emprendedor de esos a los que le auguras un futuro en Suiza. Cuando Cayetana volvió a contar faltaba un billete de 50.000. Conseguimos salir de allí, pero no os aseguro que no nos tangaran a pesar de los recelos de mi hermana.

¡Ya teníamos dinero! ¡Éramos millonarias! Ya podíamos comprar, entramos en una tienda a curiosear y el autónomo, enseguida nos chapurreó en inglés. Tenía un problema importante, para ver si merecía la pena había que traducir a euros y me hacía un lío con tanto cero.

-        ¡Eso es muy caro! –me decía Cayetana- Hay que regatear, dile que la mitad.

Pero para mí era un hándicap. ¡No me gusta regatear! Total, que dejé el artículo que había cogido y el dependiente pe seguía diciéndome menos precio.

-        No thanks ¡Has perdido a un cliente! – dije mientras salía disgustada.

Había que volver al hotel, para ducharnos porque a las 15 vendrían a buscarnos para nuestra primera excursión.

-        Coge algo, si tienes hambre, a mí no me apetece nada. Ya aguantamos hasta la hora de la cena – me dijo Cayetana mostrándome unos frutos secos y unas galletas.

Primer ayuno: Eran las 14:30 y yo había desayunado bien, pero hacía mucho rato, así que cogí unos frutos secos para matar el gusanillo y completé la ingesta con una botella de agua fría.

Cuando llegamos a la recepción del hotel, ya estaba esperando nuestro guía, subimos a la berlina y saludamos al conductor. Yo, prudente, me limité a dar los buenos días, eso sí, en indonesio. Cayetana, tan osada como siempre, quiso llamarle por su nombre y no atinaba:

-        Salamat paguí Camaret!

-        No, que es Karek! – le dije

-        Pues eso es lo que he dicho: Camarek.

Mi hermana cada día está más sorda. Para mi alivio, Rico me sucedió en la aclaración.

-        En indonesia, en función del orden de nacimiento se lleva un nombre: Gede significa  el primero en nacer, Karek el segundo, Coma el tercero… El conductor se llama Karek, porque nació el segundo –mientras los escribía el vocabulario local en un papel.

A continuación nos informó del plan del día:

-        Primero iremos al típico masaje balinés, después pararemos en la playa de Padang-Padang. Visitaremos el templo de Uluwatu, que está habitado por monos sagrados. Este Está situado sobre un acantilado en el océano Índico, donde veremos la puesta de sol. Terminaremos con una cena mariscada en la playa de Jimbarán, que es una playa de pescadores.

¡Bien!- pensé, al menos tendría asegurada la cena. Nos dejaron en una casa de masajes donde nos obsequiaron con un zumo, mientras preparaban la habitación. Las chicas no sabían inglés, por lo que la comunicación era por gestos y en eso mi Caye es una experta.

 

Totalmente relajadas llegamos a la playa de Padang-Padang, una playa plagada de surfistas y allí, comenzó mi pesadilla: “la clase de fotografía”. Cayetana es muy exigente con el encuadre, las luces, los objetos no deseados…. en sus fotos.  ¿Imagináis lo que es hacer una foto sin gente en un lugar atestado de surfistas? ¡No! ¡No podeís imaginarlo, es una pesadilla!

-        Que no salga gente por detrás. Sáca esa roca y que se vea el agua, pero que no se vea tu sombra…..Desde ahí no que es un contraluz, que no se me note la tripa…..

Pero posar no es más sencillo:

-        A la derecha; no más acá, que si no no se te ve. Mete la tripa. Jo que sosa, haz algo…espera que viene gente por detrás.

Cuando llevas 10 minutos con cara de idiota, forzando la pose para parecer una sílfide, y tienes a toda la playa esperando para pasar por donde ella te ha dicho, dice aquello de:

-        No, es un contraluz, no se ve nada.

Afortunadamente yo no soy tan exigente, por eso, tenemos testimonio gráfico de aquella playa.

 

-        Nos estamos acercando al distrito de Kuta. Los nacidos en él son más conocidos como “hijos de kuta”- dijo consciente del doble sentido que tendría para nosotras, pero inconsciente de que lo incorporaríamos rápidamente a nuestra conversación-  Pura Luhur Uluwatu. “Luhur” significa origen divino, mientras que " Uluwatu "se puede dividir en "ulu", que significa fin de la tierra y, "watu" significa roca.  Es importante que no lleven gafas, ni sombrero, porque los monos son aficionados a quitar cosas a los visitantes que luego cambian por fruta.

Disfrutamos del atardecer en Uluwatu y, por fin, nos llevaron a la playa de Jimbarán, donde me resarciría de la comida. 

Cuando llegamos había anochecido y las mesas estaban iluminadas con velas. Aquello debía ser como Torremolinos, un chiringuito orientado a “guiris” (extranjeros en malagueño). Era la primera vez que iba a comer langosta y estaba emocionada. El bicho en mi plato, resultó más pequeño de lo que yo esperaba. La preparación de aquel marisco me decepcionó un poco. En mi opinión, estaba demasiado hecho. Más aún, me atrevería a decir que llevaba cocinadas varias horas antes de llegar a nuestro plato. Pero sabéis que, me supo a gloria. Era lo primero sólido que llevaba a mi boca tras la ingesta del desayuno.  En el plato haciendo compañía a la escuálida media langosta, había otros seres que, por la falta de luz, no pude identificar pero de los que buena cuenta di. Uno tenía concha y otro de marisco no tenía nada, debía ser un lenguado chiquitín, vecino de los anteriores.                  

 

Desde allí, volvimos al hotel y, nada más llegar, ¿qué pensáis que hizo Cayetana?, pues enredar  con la caja fuerte. Me pidió el dinero que no habíamos gastado y la cámara de fotos y las metió. No contenta con eso, se dio cuenta que no había sacado su teléfono que nos hacía de despertador, cuando la oigo:

-        ¡Ay Mar, no se abre la caja fuerte!


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